David Uclés, el escritor que creó un Macondo andaluz para contar la Guerra Civil
El escritor reinventa la narrativa sobre el conflicto español con realismo mágico y un narrador que dialoga con Franco y Miguel Hernández en su exitosa novelaLa península de las casas vacías

Quince años contemplando una pared en París. Esa imagen podría parecer el inicio de un relato kafkiano, pero es la génesis real de una de las novelas más celebradas del momento en España. David Uclés (Úbeda, 1990) ha conseguido lo que parecía imposible: renovar la narrativa sobre la Guerra Civil española mediante un audaz experimento literario que fusiona el realismo mágico con la memoria histórica. La península de las casas vacías, que ya alcanza su decimoquinta edición y se traduce a tres idiomas, no es solo otro libro sobre la contienda fratricida. Es la creación de un universo donde los caracoles machacados curan orzuelos y un narrador omnisciente interrumpe la acción para charlar con los personajes, incluidos Franco y Miguel Hernández.
«El impulso principal fue contar la memoria de mi familia y crear un Macondo ibero», confiesa Uclés en una reciente entrevista con el Instituto Cervantes. La referencia a García Márquez no es casual, aunque resulta sorprendente descubrir que el joven escritor solo leyó treinta páginas de Cien años de soledad antes de embarcarse en su proyecto. «No quería una contaminación positiva», explica con una madurez retrospectiva que él mismo cuestiona: «Si me llega a decir que tardaría quince años en hacer el libro, me dedico a otra cosa». Esas pocas páginas, sin embargo, encendieron una mecha creativa que lo llevaría a construir una obra monumental donde toda la Guerra Civil española cabe en un solo volumen, algo que él mismo buscó como lector y nunca encontró.
El realismo mágico de Uclés no es importado sino profundamente arraigado en la tierra andaluza. «El pueblo andaluz es muy supersticioso», señala el autor, evocando los remedios de su abuela: caracoles machacados para los orzuelos, hiedra hervida con limón para la tos, masajes hacia la derecha porque ser la quinta de cinco hermanas le otorgaba un don especial. Esta Andalucía rural y mágica, que el escritor compara con las tierras agrestes de Colombia, se convierte en el escenario perfecto para narrar el horror y la belleza entrelazados de la guerra. Frente a la tradicional asociación del realismo mágico español con Galicia, Uclés reivindica una veta andaluza igualmente rica: «Cualquier territorio aislado que se dedica al campo mantiene esa idiosincrasia».
Pero quizás el hallazgo más revolucionario de la novela sea su narrador, un ente que rompe constantemente la cuarta pared para dialogar con personajes y lectores. «Llegó por una necesidad imperiosa», explica Uclés. Contar toda una guerra requería explicar al lector que una batalla de seis meses se narraría en dos páginas, o que un asedio se adelantaría un año para evitar confusiones. Sin embargo, lo que comenzó como recurso técnico se transformó en puro placer literario: «Bajar y hablar con Miguel Hernández, con Franco, con Unamuno, con mis personajes, era un placer que solamente me podía facilitar la literatura». Este narrador entrometido, que muestra las costuras del relato y expone el esqueleto del libro desde el índice inicial, convierte la lectura en una experiencia única donde la creación literaria se vuelve transparente.
El universo de Uclés trasciende incluso las fronteras nacionales. En su obra no existe España ni Portugal, solo Iberia y los iberos. «Me obsesioné con Saramago», reconoce, explicando esta decisión que comenzó como romanticismo adolescente y se convirtió en seña de identidad. Resolver esta limitación autoimpuesta en una novela sobre un conflicto específicamente español requirió ingenio narrativo, pero el resultado es un territorio literario propio donde la Guerra Civil adquiere dimensiones míticas sin perder su verdad histórica. Con una posible novela sobre la posguerra ya estructurada en su mente, Uclés se perfila como una de las voces más originales de la narrativa española contemporánea, aunque él prefiera mantener los pies en la tierra: «No me hago esos castillos en el aire», dice, confesando que conserva como plan B su fantasía de hacer pan en Dinamarca si las cosas se tuercen.
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