La primera escritora de la historia fue una mujer hace 4.500 años

Irene Vallejo revela cómo Engeduana y otras mujeres han sido borradas del origen de la literatura occidental

La primera escritora de la historia fue una mujer hace 4.500 años

Cuando pensamos en los primeros escritores de la historia, nos viene a la mente Homero, ese misterioso autor de La Ilíada y La Odisea. Sin embargo, la realidad es muy diferente y mucho más sorprendente: la primera persona que escribió un texto con nombre propio en toda la historia de la humanidad fue una mujer. Se llamaba Engeduana, vivió hace 4.500 años y su historia ha permanecido en las sombras durante milenios.

Esta revelación forma parte del fascinante trabajo de investigación de Irene Vallejo, filóloga y autora del exitoso ensayo El infinito en un junco, quien ha dedicado años a rescatar del olvido a las mujeres que fueron pioneras en el mundo de las letras. «No conocemos a ninguna otra persona de existencia cierta y comprobada que escribiera antes de Engeduana y de la cual conozcamos la identidad», explica Vallejo. «Y, claro, si un personaje de esta envergadura ha pasado desapercibido y ha quedado arrinconado, si no está en nuestros libros de texto, mi gran pregunta fue qué más nos estamos perdiendo».

Engeduana no era una escritora cualquiera. Era una sacerdotisa acadia que vivió 1.500 años antes que Homero, y sus textos revelan una conciencia artística extraordinariamente moderna. «Ella misma escribió su propia historia», detalla Vallejo. «Era una mujer muy segura de sí misma» que incluso llegó a utilizar la primera metáfora sobre la creación literaria de la que tenemos noticia. En sus textos, describía cómo «la diosa la posee, siembra la semilla, ella gesta el poema y después lo da a luz en una metáfora claramente femenina y muy hermosa». Lo más impactante es que Engeduana era plenamente consciente de su lugar en la historia: «ella dice, lo que yo he hecho no lo ha hecho nadie antes, o sea, que sabía perfectamente que estaba transformando el mundo».

Pero Engeduana no es la única mujer borrada de los anales literarios. Vallejo ha rescatado figuras como Aspasia, una extranjera en Atenas casada con Pericles, a quien el mismísimo Sócrates llamaba «maestra de elocuencia y de oratoria». Aspasia escribía los discursos de su marido, textos que después fueron recogidos por Tucídides y que han influido a personalidades contemporáneas como los presidentes Kennedy u Obama. «Las voces de esta mujer, escribiendo sobre política, han llegado en sus reverberaciones hasta el mundo contemporáneo», subraya la investigadora.

También está Sulpicia, la única poeta romana de la que conservamos textos, y solo porque fueron atribuidos por error a un poeta masculino, Tibulo. Sus poemas autobiográficos hablaban del «placer femenino en una época en la que esto todavía rompía completamente los esquemas». O Safo, «la única poeta mujer del canon literario de la antigüedad». La lista continúa con científicas como Hipatia, «asesinada, precisamente, por ser mujer, por ser maestra y por ser sabia».

¿Cómo es posible que estas mujeres hayan desaparecido de nuestra memoria colectiva? Vallejo identifica un patrón sistemático: «Para las mujeres siempre ha sido mucho más difícil crear una tradición. Pudieron ser conocidas en su momento, pero luego sus obras no perduran, no son recordadas, no se transmiten de generación en generación». El resultado es devastador: «Si eres mujer y eres escritora o creadora, lo mejor que puedes hacer es no morirte, porque cuando te mueres, habitualmente, allí acaba la relevancia y la repercusión de su obra».

Existe también una deuda histórica con las «creadoras analfabetas», aquellas mujeres que no tuvieron acceso a la educación pero cuya creatividad oral alimentó la literatura posterior. «Toda su habilidad, su talento, sus canciones, sus versos pasaron de boca en boca, de generación en generación, y muchas veces han acabado en obras literarias de hombres que se inspiraron en ellas», explica Vallejo. Estas mujeres «han quedado muchas veces en un lugar secundario y a las que no hemos rendido el debido homenaje».

La recuperación de estas voces no es solo una cuestión de justicia histórica, sino una necesidad para entender completamente nuestra herencia cultural. Como reflexiona Vallejo: «Por suerte, estamos reconstruyendo ahora esas genealogías, estamos devolviendo al pasado una diversidad mucho mayor de la que tenían nuestros libros de texto con los que nos hemos formado». La investigadora invita a ser parte activa de esta recuperación: «Es importante evitar que las escritoras de hoy sean el silencio y el olvido de mañana».

El trabajo de Irene Vallejo nos recuerda que la historia que conocemos es solo una versión parcial de la realidad. Al rescatar a Engeduana y a tantas otras mujeres del olvido, no solo estamos corrigiendo el registro histórico, sino que estamos recuperando modelos y referencias que pueden inspirar a las nuevas generaciones. En un mundo donde seguimos luchando por la igualdad de género, conocer a estas pioneras que desafiaron las convenciones de su tiempo se convierte en un acto revolucionario. Como dice Vallejo, es hora de «llevar flores a las tumbas de nuestras antepasadas», porque su legado es también el nuestro.