La trampa silenciosa del «macho»: por qué 8 de cada 10 hombres no tienen amigos
Un análisis de The School of Life revela cómo los códigos masculinos tradicionales imposibilitan las amistades profundas entre hombres

Solos. Profundamente solos. Así es como viven millones de hombres contemporáneos, aunque nunca lo confesarían. Un análisis revelador de The School of Life plantea una estadística demoledora: por cada hombre que puede presumir de tener amigos verdaderos, hay al menos ocho que, en la sinceridad de su fuero interno, saben que no tienen ninguno que merezca realmente tal denominación. El problema no es individual, sino estructural, y tiene raíces en un conflicto fundamental entre lo que la sociedad exige para "ser un hombre" y lo que requiere la verdadera amistad.
«La amistad es difícil para los hombres», señala el análisis. «Los hombres están solos no por alguna deficiencia específica, sino por un conflicto inherente entre lo que se requiere para ser hombre por un lado, y lo que implica ser un amigo por el otro». Este diagnóstico explica lo que muchos intuyen pero pocos se atreven a verbalizar: las conversaciones sobre fútbol, motores de aviones o rendimientos bursátiles pueden ser interesantes, pero no construyen los lazos que verdaderamente sostienen a una persona.
La base de una verdadera amistad es la vulnerabilidad mutua. Sin embargo, desde las civilizaciones más antiguas, se ha promovido una imagen masculina incompatible con este requisito: ser sólido, imperturbable, directo, optimista y autosuficiente. Un hombre debe ser alguien que no se preocupa por ser abandonado, despedido, humillado o acosado. Que nunca pierde una erección ni muestra debilidad. Que jamás se convierte en esa cosa tan temida y aborrecida: un «llorón».
El problema no es de capacidad. Como recuerda el texto, «las historias del arte y la literatura son toda la prueba que se podría requerir de que los hombres son capaces de la mayor empatía y ternura». La tragedia radica en que rara vez pueden dirigir estas emociones hacia otros hombres, gastando enormes cantidades de energía defendiendo una ilusión que nunca pidieron. Mientras se protegen de ser vistos como «un niño o una mujer» ante otros hombres, se aíslan cada vez más.
Las conexiones genuinas comienzan en momentos de verdadera apertura: cuando alguien dice «estoy perdiendo la cabeza», «odio a mi pareja», «estoy aterrorizado» o simplemente «ayúdame». Pero estos momentos son excepcionales en las relaciones masculinas. «No habrá una amistad que realmente cuente hasta que podamos revelarnos tan débiles como somos, hasta que podamos confesar que hemos estado mintiendo para preservar las apariencias, y que la verdad es mucho más espantosa y triste, mucho más tierna y patética de lo que hemos podido revelar hasta ahora», explica el texto.
La solución parece casi ridículamente simple en teoría: admitir con humor y gracia que la soledad existe. En la práctica, significaría crear espacios donde los hombres pudieran hacerse preguntas que anhelan formular pero rara vez pueden: ¿Cuándo fue la última vez que lloraste? ¿Qué me dirías si supieras que no te voy a juzgar? ¿Cuándo te sientes más ansioso? ¿Qué te hace desesperar? Preguntas que, aunque muchos las consideren «idiotas e innecesarias», podrían ofrecer una pequeña oportunidad para que los hombres bajen la guardia y revelen una realidad más compleja.
La evidencia sugiere que esta soledad tiene consecuencias devastadoras. No es casualidad que las tasas de suicidio sean significativamente más altas entre hombres que entre mujeres en prácticamente todo el mundo. Tampoco que los hombres busquen ayuda psicológica con mucha menor frecuencia. La trampa de la masculinidad tradicional no solo impide la formación de amistades verdaderas, sino que bloquea vías fundamentales para mantener la salud mental. Quizás reconocer esta situación sea el primer paso para comenzar a cambiarla.